octubre 01, 2007

AL FILO DE LA LOCURA

Tras la ventana, se posa un gorrión
sobre la rama de un árbol joven,
desnudo por el frío de la estación
y seco por el calor de la soledad.

El gorrión baja su mirada hacia mí,
haciendo raros movimientos con su cabeza,
lanzándome una silenciosa pregunta:
“¿Por qué acumulas tanta tristeza?”

Tras varios silenciosos azotes invernales,
el gorrión picotea la ventana helada,
¿Le abro? ¿Me hará daño su compañía?
¿Recibiré el regalo que tanto esperaba?

Decido abrirle y acogerle a mi lado
e intentar darle una caricia de amigo,
pero él huye de mi intención, de mi amistad,
del favor que yo le quería otorgar.

Yo creía que era a mí lo que quería,
pero está claro que era el calor de mi hogar…
Una decepción más en esta vida,
que, ya muy pronto, se va a agotar.

El cuchillo se acerca a las venas de mi muñeca,
y las lágrimas acumuladas caen en lo profundo.
Por fín va acabar esto, por fín,
Se acabo el mal de tanto sufrir.

Antes de que yo me vaya, algo golpea el cristal,
es la rama del joven árbol, blanca por la fría nieve.
No quiere que me vaya. Quiere que le riegue
en los días que lo dos estemos solos.

Ahora me doy cuenta que la culpa es mía.
Te he ignorado, joven árbol, y tú has sido más fuerte.
Ahora seré igual: aunque una estación no vaya bien,
floreceré seguro en la estación siguiente.